Testimonio anónimo sobre bullying

Testimonio anónimo sobre bullying / acoso escolar - ACANAE

Este es un testimonio personal, a través del cual, mi humilde objetivo no es otro que el de compartir mi propio tránsito por una experiencia de varios años de acoso escolar y posteriormente durante la enseñanza secundaria.

No es mi intención la de aleccionar a padres o niños que actualmente estén experimentando de forma indirecta o directa, el acoso continuado de sus hijos, en el caso de los primeros, o de ellos mismos en el caso de los infantes y adolescentes.

Si en algún sentido lo que expreso aquí sirviera de ayuda o alivio, bienvenido sea; aunque el objetivo real es el de aportar un argumento más a una denuncia necesaria de una realidad que merece y demanda la implicación de la sociedad al completo. Porque una sociedad consciente y empática con el otro, se convierte en una sociedad sana y cariñosa, por definirla.

 

Soy hijo único de madre soltera; me crió junto con mi abuela. Carente de una imagen paterna derivé en una personalidad sensible, tímida aunque sociable. Era delgaducho, encorvado y con voz nasal, alicientes para llamar la atención de niños que necesitaban encausar su agresividad en otro ser humano que les devolviera algo de valor y seguridad. Y esto lo menciono para evitar demonizar al acosador; pues desde mi experiencia al menos, no se trata de un ser malo por naturaleza. ¿Cómo un niño va a ser malo…? Por lo general son tremendamente sensibles, y dolientes en un ambiente hostil que mora en su hogar.

Como digo, la necesidad de compensar lo que ellos consideran un infortunio que viven en carne viva, les lleva a recurrir, en una búsqueda de supervivencia, a la creación de patrones agresivos, porque sienten que viven en una pequeña jungla. Y muchas veces, acosar es una manera de reivindicarse capaces de sobrevivir en ella.

 

Hoy en día soy amigo de mis acosadores. Nunca hubo una reconciliación formal que nos llevara a la reflexión, a la necesidad de que me pidieran perdón o de pedirlo ellos. Creo que la empatía con quien te atacaba, te permite ver detrás del velo de la imagen que los miedos propios han creado. Mirarle a los ojos hasta encontrarte a ti mismo en ellos, y comprender que no existe y nunca ha existido un ser malvado, sino un ser humano.

 

Y cuento todo esto tras haber vivido años de burlas y humillaciones por el tono de mi voz nada más saludar al llegar, burlas que me nublaban el resto del día ya que eran a primeras horas de la mañana. Y por las tardes yo acababa llorando en casa preguntándome qué había hecho, por qué no me aceptaban, yo no era malo, y nunca me burlaba de nadie.

Empujones en el patio del recreo poniéndose otro detrás de mí como “banco” para que cayera de espaldas golpeándome el coxis o la columna, y a veces hasta la cabeza. Una vez me partieron las gafas que tanto dinero le habían costado a mi madre, y que como eran de gran tamaño disparaban la imagen ‘friki’ con la que me consideraban. 

Me llamaban “lento”, “tortuga” o “caracol” porque siempre me retrasaba en los dictados de clase. También “mogolo” cuando hacía por integrarme a jugar al fútbol, deporte que nunca se me dio bien.

Me pegaban con frecuencia, me perseguían hasta cerca de mi casa para escupirme. Incluso cuando estaba sentado en el portal junto a mi perro, pasó un grupo como de 6 y me apedrearon sin mediar palabra. Y yo llorando le preguntaba a mi madre por qué me hacían eso. Y ella me respondía que “porque eran malos”.

 

Lo que vas entendiendo es que son malos. Y que todo el mundo puede serlo, y que tal vez el mundo es así, y que quien no encaja eres tú. 

Como he dicho en más de una ocasión nunca tuve pensamientos suicidas, pero sí me preguntaba por qué no nací en otro lugar y con un padre que me protegiera. Quería aprender a “hacerme un hombre”. Empezaba a odiarme porque entendía que yo provocaba de alguna manera todo aquello. Que era yo el culpable. Que había algo que estaba haciendo mal. 

Cuando teníamos educación física, me bajaban los pantalones delante de las niñas y me empujaban al suelo para que tardara en subírmelos.

Pero aunque suene raro… lo que más me dolía era cuando se burlaban imitando mi voz. Me dolía muchísimo. Era mi identidad, algo que de momento no podía cambiar. Y eso me retraía más todavía para hablar.

 

Cuando llegaba el fin de semana, aparecía quien yo llamo “el otro”. Aquel era el acosador que igualaba al grupo entero, y a veces los superaba. Era cruel, vil, y reiterativo incansable en su hostigamiento. Era yo mismo.

Pues durante todo el fin de semana, como no había clases, era cuando no paraba de rememorar todo lo que me había ocurrido durante la semana. Una y otra vez emergían los recuerdos a mi mente, reaccionando mi cuerpo como si me estuviera ocurriendo de nuevo, desde que me despertaba hasta que volvía a irme a la cama. Y a medida que finalizaba el domingo mi crispación era tan alta que sentía que iba a colapsar. Porque mediante aquel auto acoso continuado aparecía la sombra de la incertidumbre. Una sombra larga que me recordaba que el lunes debía ir a clase, y que yo no sabía qué me podía pasarme.

 

Mi madre era ineficaz para guiarme en aquel laberinto, solía pelearse con mis maestras y la directora de la escuela. O me sobreprotegía, o me decía que la tenía harta.

Es un capítulo aparte, pero al mismo tiempo recibía malos tratos de mi madre. Y era mi abuela quien me defendía de ella.

 

En este último párrafo me voy a volver un poquito personal.

Lo que sí puedo aportar aquí, o siendo más precisos, compartir… Y con el ánimo de que pueda servir de algo: No soy consciente de que me hayan quedado secuelas de aquella época. Al menos no me percibo así. No me aporta ningún valor como ser humano sentirme una víctima de mi niñez, o de mi pasado. Soy libre, y como soy libre elijo no sentirme una víctima. Y abrazar al acosador.

Sugerir que siempre se puede tener presente, pase lo que pase, que se es libre. Y lo que le está ocurriendo a un hijo, o a ti como niño no va a definirte como serás en el futuro, porque es uno mismo quien tiene el control. No el acosador.

No permitir que los fines de semana surja “el otro”, no permitir que conviva con uno, porque lo que nos dice no es real. No somos víctimas de nadie. Nacimos para ser libres y desplegarnos como  seres humanos completos.

Nos podrán pegar, escupir, acosarnos por Internet, pero quien decide si eso es real es uno mismo.